El primer gracias, desamor mío, te lo doy porque me arrebataste la tristemente ingenua pero siempre sobreviviente ilusión del amor. Después de ti, amar ya no fue engaño simple, ni simplezas engañosas. Amar dejó de ser el ser, convirtiéndose en una minúscula partícula del polvoriento no-ser.
Un segundo gracias, mi desamor, te lo dedico por haberme quitado el miedo de mí. Me despojaste de toda duda acerca de mis potencialidades inéditas, orillándome a verbalizarlas y publicarlas precipitadamente segura de mí. Y, ya con mis obras pasionales editadas y hasta autografiadas, dejaste de ser la espina que me hacía sangrar mentalmente todo el día, día a día, cada día.
Gracias por tercera vez te digo, desamor de mis desamores, siendo imposible ignorar tu pulverización de mi confianza en aquellos seres que aman con fácil acento de superficialidad. Como rey de todos ellos, eres uno más de esos individuos que se hunden en las cotidianeidades del amor de calles o romance barato, o especie de amor-completud en el que los amantes actúan con normalidad mundana. ¡Conformistas, que por desamor amo! Si no fuese por su existencia, del amor no podría destacarse poéticamente esa dimensión amorosa habitada por el amante solitario de Sabines, ni aquel sabor de la sagrada aventura polígama bañada de inmoralidad moralizada, ni esa bendita soltería errante que es motor del auténtico amor amoroso. Gracias a ti no confío más en estos conformistas del amor, pero los amo, porque me hacen desamar una y otra vez para amar siempre otra vez una sola vez.
Pero más allá de este triple agradecimiento, me planto frente a ti, mi más preciado desamor, ofreciéndote, para quitártelo y herirte, este amor viejo y amargo, que se endulza poco a poco y más y más cuando me recuerdo como te recordé aquellos días madrileños en que me desamaste: sola, feliz y fiel a mí.