Del desamor y sus demonios...

miércoles, 20 de febrero de 2008

19 de febrero, fecha de caducidad del amor

Una soledad en Manhattan no es más que un engaño para los ociosos. Un engaño en Manhattan no es más que una soledad extra en mi bolsillo. Los acontecimientos que han llenado mis 43 días neoyorkinos prohíben la autoprohibición de mi mundito de amor light. Ayer la vida por fin me miró directamente a los ojos y me dejó bien claro que no tengo otra alternativa: “Resígnate, no hay más Madrid de amor fresco; sólo un presente Nueva York, o un probable París, o un olvidado Londres, o, ¿por qué no?, un posible Tokio… de amor podrido, siempre podrido y podrido para siempre.”

Hoy es 20 de febrero, y en Central Park un actor se volvió escritor porque le pregunté y le respondí a la vida: "¿De qué color es el amor? El amor es rojo. A veces es negro."

Una etapa sin vida de una vida sin etapa

Desde ayer tengo el amor atorado en la garganta.
No sé si voy a vomitarlo o a toserlo.

Soltería-soltería que es, simplemente, soltería. Soltería con leche.
Pero no dejo de toser.

Recuerdo que alguna vez te recordé,
y te pierdo sin haberte hallado desde que te perdí.

He derramado tres lágrimas secas mientras jugaba con el poema de Girondo. He dormido ocho horas nocturnas, pero aún no se me apaga la vida. Mi oscuridad de-mente es sólo un ligero apagón de-s-esperanzas.

Nueva York no perdurará en mi eternidad, sino apenas en mi temporalidad. Del lustro madrileño y del año neoyorkino, gasto cinco años de antaño y el año del año.

Éstos son los segundos de mis delirios de nada.
Éstos son los minutos de mi saciedad del todo vacío.
Éstas son las horas de mi hartazgo de soledades acompañadas.

Brooklyn renace en su vejez.
Manhattan envejece en su nacimiento.
Y yo soy la misma desde que cambié.

No me queda más que saborear las vespertinas nostalgias azucaradas que añado a mi matutino café negro del deli fílmico, la nueva soledad de mi vivir sola, y mi etapa de vida cuando no hay ni etapa ni vida.

domingo, 10 de febrero de 2008

Mis labios pecaminosos

El amor podrido renació en mí por culpa de aquel fugaz beso indiferente que me encarceló en la ilusión más imbécil de mi adaptación neoyorkina.

Amor caduco, ya no amor con leche, sino amor cortado. Aquél fue el desayuno etéreo durante mi pasado multiusos, siempre victimario pero aparentemente víctima, que elementalmente podría ser definido como el tiempo en que aterrizaba en el aeropuerto de las desilusiones más jugosas.

Se acaba la etapa del vértigo. Ma nouvelle étape, tu ne seras plus avec moi. Y si un segundo se termina, es porque otro segundo comienza. Tal es como funcionan los consecutivos. Son las 12.01 am. Pronto serán las 12.02 am, y hallaré aún más belleza en los números. La simetría, yo la dicto. Los parámetros estéticos de la misma, me los he adueñado también.

Ayer masticaba un inglés con sabor a cerveza. No dije mucho, sólo la verdad acerca de la soltería. Ignorarla es más meritorio que disfrutarla. Ahora sé que tengo unos labios pecaminosos, los mismos ciegos que han besado la vacuidad semiasiática, la vaciedad europea y la nimiedad americana.

El amor podrido renaciente, ¡la alarma ha sonado! Ya no habrá más subhumanidad en mis letras; sólo habrá humanidad en mis imágenes móviles. Ya no habrá más subhumanidad en mis pensamientos; sólo habrá humanidad en las verdades de la mentira que me cuente para mantenerme mundanamente activa y sonriente aún más allá del trayecto de metro que me lleva de Williamsburg a Union Square.