Del desamor y sus demonios...

jueves, 27 de diciembre de 2007

Tres gracias de amor y desamor

Más desenamorada que nunca, vengo a darte tres gracias por lo mucho que me quitaste.

El primer gracias, desamor mío, te lo doy porque me arrebataste la tristemente ingenua pero siempre sobreviviente ilusión del amor. Después de ti, amar ya no fue engaño simple, ni simplezas engañosas. Amar dejó de ser el ser, convirtiéndose en una minúscula partícula del polvoriento no-ser.

Un segundo gracias, mi desamor, te lo dedico por haberme quitado el miedo de mí. Me despojaste de toda duda acerca de mis potencialidades inéditas, orillándome a verbalizarlas y publicarlas precipitadamente segura de mí. Y, ya con mis obras pasionales editadas y hasta autografiadas, dejaste de ser la espina que me hacía sangrar mentalmente todo el día, día a día, cada día.

Gracias por tercera vez te digo, desamor de mis desamores, siendo imposible ignorar tu pulverización de mi confianza en aquellos seres que aman con fácil acento de superficialidad. Como rey de todos ellos, eres uno más de esos individuos que se hunden en las cotidianeidades del amor de calles o romance barato, o especie de amor-completud en el que los amantes actúan con normalidad mundana. ¡Conformistas, que por desamor amo! Si no fuese por su existencia, del amor no podría destacarse poéticamente esa dimensión amorosa habitada por el amante solitario de Sabines, ni aquel sabor de la sagrada aventura polígama bañada de inmoralidad moralizada, ni esa bendita soltería errante que es motor del auténtico amor amoroso. Gracias a ti no confío más en estos conformistas del amor, pero los amo, porque me hacen desamar una y otra vez para amar siempre otra vez una sola vez.

Pero más allá de este triple agradecimiento, me planto frente a ti, mi más preciado desamor, ofreciéndote, para quitártelo y herirte, este amor viejo y amargo, que se endulza poco a poco y más y más cuando me recuerdo como te recordé aquellos días madrileños en que me desamaste: sola, feliz y fiel a mí.

martes, 25 de diciembre de 2007

Bariloche sin noche

El efecto inmediato de aquel encuentro patagónico fue la inapelable decisión del sol de no desaparecer mientras los dos viajeros se hallaran presentes y juntos en aquella turística ciudad de Río Negro. Siendo lo menos fenoménico que ambos habían vivido, no consiguieron ni una sola noche en Bariloche.

Intentaron dejar todo a la suerte de la cadencia de las bolas de billar que debían recuperar antes de perder. Pero el azar poolesco, ése del color redondo en movimiento, jamás se puso a su favor durante aquellos días de una Argentina a punto de explotar de verano.

Nunca les anocheció. Todo en sus pocos días en común fue desencuentro diurno. Fue por eso que decidieron comerse el tiempo que los devoraba, ése que los engullía siempre en forma de caprichosa cronología causante de su rendición ante la iluminación tirana y ya dueña de aquellas decembrinas horas de hostel.

No hubo noche en Bariloche. La oscuridad, ya sea por cobarde o por cabrona, huyó, y, después de un almuerzo asincrónico en el Cerro Otto, venido en parte por la suerte traicionera de una apuesta regalada en el lúdico living del Tango Inn, sólo les quedó la propuesta de los minutos que no tenían antes de que ella volviera a Buenos Aires.

No fue una noche en Bariloche. Fue una temporalidad robada al destino, empeñado en que la típica aventura post-boliche quedara interrumpida en clandestinidad pasional, echando a perder cualquier potencial romántico alcanzado gracias al “salud” hebreo y al “lechaym” mexicano.

Los viajeros, entonces, dejaron de ser turistas para transformarse en ladrones, arrebatando algunas horas a la noche ilegal que no reconocía el derecho de los amantes a la nocturnidad coexistencial. Ilegales ya como la noche misma, los viajeros se encontraron a sí mismos libres de culpa y culpables de libertad, pero principalmente irrespetuosos del tiempo y el lugar.

Sin noche, Bariloche fue decadencia viajera del amante cualquiera y violación espaciotemporal del amor casual. Pero Bariloche sin noche fue además, no sé si lo sepas, el día de 24 horas y 30 segundos que inventamos para que yo pudiese llegar al vuelo ya confirmado hacia cualquier otro sitio donde no te vería más.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Unas breves palabras a los varones breves

Hoy tengo ganas de insultarles. Porque unos días más sola y me hundiré en las tantas letras de mis tantos escritos. Tengo que parar. Pensar y escribir empiezan a ser dos caras de la misma enferma enfermedad: ¡el amor en la sola soledad!

Hoy tengo ganas de valorar dedo por dedo de mi pie izquierdo, para mostrarles que todos ustedes juntos no alcanzan el valor de una sola de estas partes de mi cuerpo.

Hoy me he dado cuenta de que no fueron ustedes los que me olvidaron fácilmente, sino que, cuestión no de mi corazón sino de mi mente, fui yo la que sintió más para olvidar menos, y tener algo que escribir, ¡algo decente!

A veces me da risa escuchar y contemplar los chorros de palabras vacías que sus bocas emanan en la desesperación por conseguir la nocturna falacia que (se han inventado) les mantiene vivos y lejos de una sexualidad en desgracia.

Pobres seres escasamente pasionales (y por ello, menos y menos racionales), pues, frente a esa palabrería, yo pregunto y aún sigo preguntando sobre lo que no se respondería: ¡preguntas con imposible respuesta, mi pan de cada día!

Risa y lástima me causan, y sin embargo la utilidad a ustedes me arrastra.

Mis útiles literarios, mis herramientas del deseo y mis mentiras engañadas, ¿han entendido ya que su esencia desde aquí tan sólo es astucia derrotada, ingenuidad otorgada, presunción ridiculizada y alteridad superada?

Y lo más gracioso de este texto en –ada es que no logra quitarse la feminidad que a la letra superior ha sido otorgada.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Soberbia verbal (o reacción a una monogamia militar)

Tengo el amor a punto de explotar.
Que no se me atraviese ninguna aventura,
ni él, ni tú, ni los demás.

Tengo el amor a punto de explotar.
Y los daños podrían ser irreversibles,
pasionalmente graves,
si me besaras una vez más.

Tengo el amor a punto de explotar.
Y si llegaras de pronto hasta aquí,
al Fin del Mundo,
seríamos, como antaño,
sólo dos prisioneros más.

Tú y yo, dos, en mi cárcel personal.

Desaparece ya de mi camino mental. Que mis pensamientos no nos hagan volar. O que mi vuelo no aterrice en nuestra diferente y libre voluntad.

Desde la lejanía de los Andes, te escribo, con la mente enamoradamente en peligro y peligrosamente en amor, esto, ¡pura soberbia verbal!

En la Tierra del Fuego, me quema tu recuerdo, me maltrata tu presencia ilusoria y me persigue tu ausencia real. Y en el Lago Argentino, me moja el riesgo (de lastimar, -me, -nos, -te) que, al final de cuentas, es un glaciar más, derritiéndose poco a poco, por lo lejos que estás.

Pero el estandarte de mi miedo a ti en el hielo de estas frías tierras sudamericanas (¿afortunadamente?) no se puede clavar. Es únicamente en nuestro país en común donde no habría piedad.

Corazones al grito de guerra...

Corazones-soldados nacionales lucharán y latirán por su libertad, en esta común y excéntrica monogamia militar, guerra, tan ajena a la Patagonia, que está por estallar.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Siendo aún más sincera...

En realidad, los hombres sólo me sirven para escribir. Intentos poéticos, pseudopoesía, literatura improvisada, arte meramente pretencioso, neoverbalizaciones corporales y mentales, vivencias mezcladas en la letra, invenciones literarias mojadas de filosofía, inventos filosóficos colgados en las esquinitas de mi monolito poético... Y un pasado que me cuesta esquivar, por empeñarme en exprimirlo una y otra vez hasta dejarlo seco, con las arriesgadas intenciones de sacarle todas las gotas de mi empirismo pensante: una a una, y todas reunidas (revueltas o bien delimitadas) experiencias-gotitas que llueven de mis aventuras-nubes, primeras y segundas (mayoritaria y minoritariamente) amorosas, pequeñas y grandes, verdaderas y falsas, reales y ficticias, débiles e intensas.

Para ser sincera, me estoy acostumbrando a mi soltería impuesta y a mi orfandad adoptada. Y, no puedo negarlo, me está gustando tan independiente nueva costumbre.

Pero, siendo aún más sincera, no logro erradicar mi anhelo de que un mismo amante me reciba en cada aeropuerto que piso. O, mejor, sueño con aquella utopía del amor humanamente viajero (o "novio portátil") que cargue mis maletas y documente las suyas como mi equipaje, que compre todas las plazas disponibles de todos los vuelos que tomo, que tenga un pasaporte lleno de visas de mis naciones y sellado sólo con mis besos: un vagabundo de mis laberintos, en cuyos boletos mexicanos, billetes españoles o tickets internacionales se lea siempre como destino el mío.