"... No podías ser tú, indudablemente. Yo estaba en mi isla asiática, lejos de tu península ibérica. Mi isla, porque ese país ya me pertenecía de acuerdo a las leyes de mi mundo de nostalgia. Las lágrimas y un nuevo sombrero japonés adornaban mi cara, mientras de mis puños colgaban bolsas de plástico y papel con logotipos variados. ¡Es él! “Please, I have to go…” La cajera me miró sin juzgarme y simplemente emitió “sho sho omachikudasai”. Casi sin escucharla, me moví aceleradamente hacia las escaleras que conducían a la puerta de la tienda. Ya no estabas. Y entonces, tristemente y marcando acompasadamente cada uno de mis pasos, rodeada de zapatos sicodélicos y promesas de caminatas con rumbos desconocidos, bajé las escaleras y volví a la caja. Ocho mil yenes menos y un recuerdo más de tu ausencia avivaron el olor a podrido del tiempo..."
Del desamor y sus demonios...