Del desamor y sus demonios...

lunes, 24 de septiembre de 2007

Manos amantes

Deja de observar mi mano. Sí, es la misma que tocaste y te tocó. Deja de observarla con esa ansia del que nunca llegó a colocarla entre su mano. La tuviste, no puedes negarlo, y ahora te pido que la poseas nuevamente para la posteridad de nuestra psicología consolatoria.
Y entonces tu mano ya no es tu mano. Y entonces tu mano es una mano. Y entonces mi mano muere de mí y revive de mano. Manos. Son manos. Lo nuestro ha quedado atrás, en el olvido de lo que inciertamente ocurrió. Pero esto sucede, no hay duda.
Las manos amantes empiezan acariciándose poco a poco, con una cadencia profundamente táctil. Dedo por dedo, dedo con dedo, palma y palma. Se adhieren en el acto mismo del amor, hacen el amor. Los dedos y los dedos se han fusionado, y ahora nuestras manos se han convertido en una piedra epidérmica sólidamente arraigada en unos corazones perdidos, que recuerdan y recuerdan y recuerdan, sin saber muy bien qué.