El poder de tu mentira es imaginario, pero tan real que la imaginación misma se siente engañada. Y por enésima vez decidí, con delicada anterioridad a aquella noche en tu "luxury"-Manhattan, seguir autotraicionándome hasta el día de mi muerte. Un “… prends tes mains!” en medio de tu cama y mi rapidez en la matanza de la moralidad, me dejaron con un pie en el borde de la pesadez. Pero es sólo ahora, cuando el recuerdo de lo que nunca pasó me aplasta y me entierra en el cementerio de mis múltiples soledades en Argüelles y Brooklyn, que mi pie ha resbalado ya.
Mensajes de mensajes y dos llamadas, mi nextel y tu iPhone, un sushi en el bar que casi posees, la historia de tu mundo cibernético, mi mojito inseguro, tus meseras atractivas, mi deseo cuasiroto, tu boca indeseada… Átomos amarillos del taxi que me atropelló y me otorgó una más de mis múltiples muertes en Madrid y Nueva York.
Ojalá pudieras leer mi español: sólo te quedaste con mi arete. Mi esencia de sacrificio y culto a la informalidad social de la heterosexualidad no se ha doblegado. No volveré del más allá para que, por segunda vez, mis alienadas manos se pierdan en tu formalidad francesa.
Pero, ya desnuda de ti y de ti-mañana y de ti-demás, no me puedo desnudar del último de mis problemas circunstanciales: no creo en el más allá.
Del desamor y sus demonios...